lunes, 11 de agosto de 2014

La realidad que vivimos en Guatemala por causa de la violencia es terrorífica. No hay día en el que aparezcan muertos por causa de una criminalidad rampante que no parece tener forma de detenerla. Sólo en la capital de nuestro país hay cerca hay más de tres docenas de maras que tienen en vilo a la población. No pasa una semana sin que se sepa que ha habido asaltos a buses, secuestros y violaciones a señoritas que desafortunadamente viven en zonas donde son víctimas indefensas de la brutalidad esquizoide de muchachos que han perdido por completo el más elemental sentido de la moral. Cada día se matan entre ellos y a personas inocentes no sólo los mareros sino también los narcotraficantes que han tomado casi sin mayores esfuerzos muchas de las zonas de la capital y algunos municipios de nuestra patria. Con frecuencia matan aún entrando a lugares donde era inconcebible que esos hechos se llevaran a cabo: hospitales privados con guardias armados, hospitales públicos donde es abundante la afluencia de personas, bancos bien vigilados… Simplemente llegan, matan a quien se oponga y matan a las personas que tienen como objetivo y/o se llevan lo que quieran.  Los mareros ya sin ningún recato entran a los buses y exigen al chofer que les dé dinero; todo frente a los mismos pasajeros que ya lo ven como algo “normal”…
Casi podríamos decir que vivimos como en aquellos tiempos bíblicos en los que, como dice el texto sagrado, “cada quien hacía lo que le daba la gana” (Jueces 21.25), sin que hubiera una autoridad que se lo impidiera.


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